4. Cuarta cnversación



Lamento que en la última conversación Dios se fuera contrariado. Comprendo que Él, que carece en todos los sentidos de los atributos del Diablo, carezca a su vez de interés por el conocimiento más allá del mundo real, es decir, de su mundo y, por su puesto, del mío también. En mis tiempos del catecismo me enseñaron a honrar a Dios, pero omitieron decirme cuál era la manera más correcta de hacerlo. Me dijeron, con la boca pequeña desde luego, que la verdad nos haría libres, sin darnos ni siquiera una ligera pista de lo que era la libertad. ¡Sobre todo en vida del dictador! Ahora yo intento hacerme una idea concreta y el resultado es contrario al mismo Dios, ¡no lo entiendo! Desde luego que Dios no parece muy razonable. Claro, Él no necesita la razón para averiguar lo que ya sabe, ¡Dios es la verdad, y punto!

En la última conversación con ellos dos surgieron varias ideas que me han impresionado. Desde luego que el Diablo siempre impresiona por su habilidad para razonar. ¡Sin duda que es el padre de la filosofía! La idea más inquietante, lamentablemente inconclusa, es que al parecer la naturaleza, ¡y no Dios!, es lo eterno. ¡Menudo chasco! Sin embargo yo no concibo tal idea, pues la naturaleza como un ser que existe debe tener necesariamente un principio y un final. Pero, claro, si lo vemos desde otro punto de vista, es evidente que la muerte no es el final de la vida, sino otra forma de ser de la vida; en otro nivel, o dicho en palabras del Diablo, en otra dimensión. El problema, como decía el Diablo, es hacerse una idea de las diversas dimensiones de espacio-tiempo, o dicho en palabras más comprensibles, de los diversos mundos y sus respectivas naturalezas. Pero no lo entiendo muy bien. Es decir, lo entiendo planteado como una hipótesis aislada, pero no veo la conexión entre las diversas dimensiones espacio-temporales, ni alcanzo a concebir su estructura. Digamos que si lo veo de cerca me hago una idea más clara, es decir, si cada ser vivo es un mundo, puedo ver la relación que hay entre nosotros: teoría de la evolución. Pero cuando pienso en el universo, ¡sencillamente es que me pierdo! ¿Estará también el universo sometido a las leyes de la evolución? ¡El Diablo debe de saberlo, porque él ha viajado por todas partes!

Pero la idea más desconcertante es la de Dios mismo. Resulta que como algo que tiene una duración transcurre en un tiempo, porque todo lo que es algo necesariamente debe tener una duración, ¡aunque sea el todo! De manera que hasta ahora hemos vivido limitando el todo a la idea del cosmos, y según este razonamiento, el cosmos mismo, en tanto que es algo tiene duración y transcurre en un tiempo, ¡por tanto Dios, el Dios del cosmos, no puede ser infinito, sino necesariamente finito! ¿Qué es realmente Dios? y ¿qué es entonces lo infinito? El Diablo dice que es la naturaleza, pero la naturaleza se supone que es todo lo existente, real y experimentable, y como tal necesariamente debe ser finito. ¡Pero no, claro, porque la dualidad de la naturaleza se resuelve entre la vida y la muerte, y no es posible saber cuando termina esta contradicción, si será todo muerte o todo vida! Ni una opción ni la otra, pues ambas se necesitan de forma dialéctica: la vida debe concluir necesariamente en la muerte, pero ésta no puede proceder de otro estado que el de la muerte… ¡porque no hay más dónde buscar!

—¡Sí hay una tercera opción! ¡Siempre hay una tercera opción! ¿O es que no has escuchado decir aquello de «No hay dos sin tres»?

—¡Ah, menos mal que has aparecido, Diablo, porque estoy hecho un lío!

—¿Qué se sabe de Dios?

—Dudo de que venga. Debe de estar enfadado con los dos…

—¡Pobre! No es fácil ser Dios y vivir encerrado en su inmensa integridad, sin poder plantearse nada fuera de sí mismo; sin viajar por ahí y ver cosas fuera de su propia dimensión espacio temporal. Claro que si sucediera tal cosa sería el caos. Él tiene que seguir siendo como es hasta el final del tiempo cósmico, el nuestro claro está. De todas maneras despareceremos con él. ¿De qué nos sirve a nosotros saber cosas que le trascienden?

—¡Según Él, simple y malvada curiosidad!

—¡Siempre tengo que ser yo el culpable de todo en este mundo!

—En este caso no hay ninguna duda. Si no lo he entendido mal, el amor a la verdad, para nosotros, es el amor a Dios, y no pretender ir más allá, pero buscar verdades que no podrán nunca ser probadas, sólo por la curiosidad de saberlo, ya no es amor a Dios, tal vez sea odio…

—¡Que sabes tú del amor, muchacho!

—¡Vivo enamorado!

—Sí, sin duda, pero no tienes ni idea de por qué.

—Porque… Porque… ¡Pues es verdad, ahora resulta que no tengo ni idea de por qué!

—El amor, amigo mío, es la atracción por lo desconocido, lo insondable, lo misterioso.

—¡Entonces sólo amo aquello que me atrae pero que desconozco!

—¡Correcto! Por eso ahora que hemos conocido a Dios hemos dejado de amarle.

—¡Razón por la que se fue enfadado!

—No hay ninguna razón para enfadarse, al contrario, ¡ahora debería ser más amigo nuestro que antes!

—Pero si dices que no se ama aquello que se conoce…

—Entonces, amigo mío, surge la amistad, porque la amistad es la atracción por lo conocido y afín; y la amistad es más duradera que el amor, ¡aunque no sea un sentimiento tan fuerte ni tan emotivo!

—¡Curioso, pero llevas razón! Más que enamorado, vivo en armonía con todo lo que me rodea. Bueno, a mi compañera creo que la amo porque en realidad no la conozco muy bien, ¡pero me atrae apasionadamente! ¿Entonces lo que siento por ella es realmente amor?

—Sin duda, pero tarde o temprano se trasformará en amistad ¡o enemistad, si descubres que no es realmente como creías que era! ¡De ahí todas esas grandes decepciones amorosas! Pero también una buena razón para justificar el deseo de descubrir verdades que sobrepasen la misma realidad, ¡por el amor a la verdad, que es lo desconocido!

—Bueno, dejemos a un lado mis asuntos personales y vamos al grano, Diablo, que estoy en ascuas.

—¡Confías demasiado en mí, deberías esforzarte un poco más y hallar todas las respuestas por ti mismo!

—Entonces, ¿qué utilidad tienes tú en este mundo?

—¡Yo también tengo mis duda, porque no soy Dios!

—Pero tú mismo has dicho que estás por encima de Él; que existes desde antes de la aparición del Dios de nuestro universo…

—¡No es así exactamente! Digamos que he servido a otros dioses anteriores a él, pero yo nunca he sido libre ni he existido en solitario. ¡Siempre he tenido a un Dios por encima de mí!

—¿Y eso te molesta?

—¿Qué importancia tiene? ¡Las cosas son así y no hay que darle vueltas! Existe el mal porque existe el bien; existe el dolor pero también el placer; el amor y el odio, etc. ¡No puede haber dioses sin diablos! La realidad, sea en la dimensión que sea, siempre es dual.

—¡Volvemos al caos! Pero ¿cuántas realidades hay?

—¡Millones, trillones; no se sabe!

—¿Ni siquiera tú?

—¡Ni siquiera yo!

—¿Y lo sabe Dios?

—¡Menos que yo! Como te he dicho, Él no viaja, yo sí.

—Bueno, está bien; lo acepto pese a que no lo comprendo. Pero volvamos al principio. Nada más llegar me dijiste que había una tercera opción, además de la vida y la muerte. ¿No será la inmortalidad?

—¡Absurdo! ¿Es que no aprendes nada después de todo cuanto hemos hablado? Si fuera la inmortalidad tendría que haber también una «invitalidad». ¿Has escuchado alguna vez esa palabra?

—Obviamente no, ¡porque carece de sentido!

—Entonces, ¿cómo puedes concebir la inmortalidad, es decir, una vida que no muere? ¡Completamente irracional, y por tanto, pertenece a mis peores momentos de ignorancia y maldad! Afortunadamente para los designios de Dios, me voy superando cada siglo que pasa y me hago más viejo…

—Por cierto, ¿qué edad tienes?

—Más o menos 13,7 mil millones de años, el tiempo de vida del universo. ¡Los mismos que Dios!

—¡Nuestro Dios, claro está!

—¿Conoces a otro?

—Pero tú dices que hay más…

—Pero no pueden llegar a conocerse porque pertenecen, pertenecieron y hasta pertenecerán a otra dimensión espacio-temporal. ¡Para nosotros ni existen, ni han existido ni existirán!

—¡Cada vez lo haces más complicado! Lo tuyo es enrevesado y complejo, lo de Dios era más simple y fácil de entender…

—¡Por eso soy el Diablo! ¡El inconformista! ¡El verdadero creador! ¡El filósofo!

—¡Si sigues por ese camino, nunca te redimirás!

—¡Alguien tiene que mantener la llama de la vida, y del tiempo! Si yo fuera como Dios dentro de 13 o 14 mil millones de años más todo se acabaría, así sin más, sin dejar rastro. Mi trabajo es siempre ir más allá, pero sin llegar nunca a saber hacia dónde voy. Sólo se que siempre habrá un Dios en mi constante tránsito por cualquier realidad o dimensión en la que me mueva. Pero los dioses no tienen esa misión.

—¡Hablas como si fueras un filósofo pagano de la antigua Grecia!

—Ellos tenían una idea más objetiva de la realidad. La culpa del cambio fue de Platón. Después de él la idea de varios dioses, que es la razonable, desaparece y caemos en esa irracionalidad de concebir a Dios sin principio ni final, ¡lo que hace imposible su existencia!

—Entonces, ¡volveremos al politeísmo pagano!

—¿Otra vez tengo que repetirlo? ¿Pero es que todavía no lo has entendido? ¡Sólo existe un Dios verdadero y millones, trillones o cuatrillones de falsos!

—¡Pero…!

—Son falsos porque no podemos concebir su existencia razonablemente, como una afirmación sin contradicción. Ya te lo he dicho en otra ocasión: ¡están, pero no son ni existen!

—¡Vasta de acertijos! ¡Esto cada vez se parece más a teología y no a filosofía!

—Eso es lo que tu pobre, ignorante y diabólica mente supone. ¡El misterio es perfectamente razonable, pero no deja de ser un misterio! ¡Es la tercera opción de la que hablamos!

—Pero ¿cuál, cuál? ¡Que ya empiezo a perder la calma y los buenos modales!

—¡La nada, obviamente!

—¡Es para enfadarse de verdad!

—¡Está bien, está bien; trataré de ser más específico, pero si no encuentro una metáfora adecuada dudo de que lo entiendas… Umm, umm… ¡Ya la tengo! ¿Qué tal te manejas con los ordenadores?

—Como todo el mundo, supongo; tengo una idea básica.

—Es suficiente. Veamos, ¿qué sucede cuando instalas un programa nuevo?

—Que aparece una ventana en la pantalla con una barra en blanco y después otra negra, que va llenando la blanca hasta que se termina la instalación. Pero ¿qué relación…?

—¡Calla y escucha! El universo se creó de la misma forma en que se instala un programa en nuestro ordenador. Primero aparece el espacio total necesario, ¡pero sin tiempo! ¡Es la duración de la descarga! ¡Ese espacio en blanco es Dios! Pero se trata de un espacio potencial. En realidad no es nada, ¿lo entiendes? Luego necesariamente aparezco yo, el Diablo, la barra negra que progresivamente va alcanzado la duración de Dios gracias al tiempo, ¡que soy yo! Dentro del espacio reservado de Dios no puede haber otra cosa que aquello que está previsto que haya, ¡el programa en su totalidad!, o dicho en términos teológicos, el destino o la predestinación. ¿Lo entiendes ahora?

—Me impresiona que una cosa tan simple tenga una relación tan trascendental, ¡pero hasta ahora lo entiendo!

—¡Muy bien, sigamos! ¿Qué sucede una vez descargado el programa?

—Que desaparece la ventana de descarga.

—¡Ahí está la cuestión que Dios no puede aceptar, que desaparece el mundo, y con él mismo Dios, el Diablo y todo lo demás! El programa ya está instalado; el tiempo de la duración de la descarga ha concluido y por tanto el espacio ha sido completado, o lo que es lo mismo, los designios de Dios se han cumplido…

—¿Y…?

—¡Y, qué!

—¿Y qué pasa después?

—¡Pues que se instala otro programa; otro mundo con otro Dios, otro Diablo y otra naturaleza y otra humanidad!

—Pero, ¿quién instala los programas?

—Ése es el final del proceso, ¡pero no sé si tu mente lo concebirá!

—Si lo concibes tú también puedo hacerlo yo, ¡soy de tu misma sustancia!

—¡Está bien, está bien; te lo explicaré! Ése es el principio del misterio, pero no el final. Ese ser que supuestamente está instalando programas ¡no es más que otro programa en descarga! ¿Lo entiendes? El primero contiene el segundo, pero el segundo, a su vez, contiene millones, billones, trillones, o vaya usted a saber cuántos, programas en descarga. Lo mismo podemos decir del primero, que a su vez es contenido por otros tantos programas en descarga en sentido inverso ¡Siempre hay programas en descarga, porque siempre hay movimiento, y si hay movimiento hay tiempo; y si hay tiempo hay vida y muerte, pero sin saber dónde está el final o el principio de esta dualidad! Y no sólo eso. Además de los programas que se descargan contenidos unos en los otros, también se descargan otros en paralelo, unos junto a los otros con la misma estructura interior inconcebible. ¡Y ahora ya lo sabes prácticamente todo!

—¡Es una hipótesis de mareo! ¡Pero no resuelve mis dudas!

—Tus dudas sólo tienen una respuesta, que está contenida en la tercera opción, ¡pero carece de sentido el que lo sepas, porque volvemos a la nada que tanto te inquieta!

—¿Entonces, de qué han servido todas estas charlas?

—¡Ya te lo dijo Dios en el primer momento: después de Él, o en su caso de ellos, no hay nada, y ése es el Paraíso, ¡donde por supuesto yo no tengo acceso!

—¿Y yo?

—Supongo que tampoco. ¡Haces demasiadas preguntas!

—¿Quieres decir que el Paraíso está reservado para los ignorantes?

—No, tampoco es eso, por que los ignorantes son tan malos o más que yo. La verdad es que no tengo ni idea. Quizás Dios lo sepa…

—¡A buenas horas me citáis! Después de haber dicho mil barbaridades esperáis de mí la última respuesta.

—Ah, hola, Dios; me alegro que hayas venido, ¡todo esto es un verdadero lío! Pero no creo que debas molestarte porque deseemos aclarar nuestras dudas, sean sobre lo que sean. El Diablo ya no es tan malo como parece, cada vez es más sabio y, por tanto, más virtuoso, pero él está hecho de otra pasta; tiene otras ambiciones; ¡ha viajado mucho!

—No hace falta viajar para saber la verdad. No hace falta moverse para encontrar la respuesta, porque precisamente el movimiento es lo que hace que no encontremos la respuesta.

—¿Tiene esto sentido, Diablo?

—¡Si Él lo dice, que es Dios, lo tiene!

—De manera que estamos los tres aquí gracias al movimiento, pero ¿queréis decir que precisamente por causa del moviendo no estamos capacitados para desvelar el misterio de la nada?

—¡Precisamente por eso! Pero yo estoy más capacitado que el Diablo para entenderlo. Yo no estoy en movimiento, pero tampoco estoy totalmente inmóvil, porque ¡contengo el movimiento; hago posible que las cosas sean porque se mueven dentro de mi espacio potencial! ¡Dentro del universo en el que está todo el espacio-tiempo concebible! Yo sólo he hecho un movimiento en toda mi larga existencia: crear el espacio y la duración, ¡un solo y fundamental movimiento, pero suficiente como para no ser ya parte de la nada absoluta! También por esa razón es absolutamente necesario que exista. Sin mi existencia el mundo no sería posible, el tiempo no transcurriría; el Diablo no existiría; la naturaleza no sería viable. Yo soy el espacio que contiene las cosas reales, ¡pero no me muevo!

—Entonces, ¿hay en la realidad algo que no se mueve ni se ha movido jamás?

—¡En efecto, lo hay!

—¡Imposible, porque no sería real, sino irreal!

—Sí, sería y es irreal, pero está. ¡Es lo que no-es, pero que está!

—Dicho con toda propiedad: está, pero para nosotros no existe ¡porque está en la nada! ¡Dios te lo ha dicho ya mil veces!

—¡Es para perder el juicio! ¿No podéis alguno de los dos hablar claro de una vez por todas, para que una mente normal como la mía lo entienda? Tal vez sería mejor dejar esta conversación, yo vuelvo a mis cosas y me olvido del asunto…

—¡Te harías viejo de la noche a la mañana! ¡Con 70 años sería como si tuvieras 90 y tendrías que olvidarte de esa preciosidad de la que tanto presumes!

—¡Pero tal vez después de muerto daría con la respuesta!

—No seas ingenuo: después de muerto la cebada al rabo, como dice el refrán.

—¿Por qué no atiendes a mis argumentos? El Diablo confunde las cosas y no tiene la última respuesta. Él siempre se mueve; va de aquí para allá, pero siempre está en el mundo, en éste o en el que sea. Yo estoy creado de la sustancia de la nada, porque ¡no soy nada! ¡Apenas pura potencialidad debida a un solo movimiento, el necesario para crear el espacio potencial que ocupa el cosmos, nada más!

—¡Lo has terminado de arreglar, Dios! Si no eres nada, ¿con quién Diablos hablo yo?

—¡Con nadie! Es decir, como tú bien dices, ¡sólo con el Diablo! Yo no he hablado en mi vida, pero el Diablo no ha dejado de hacerlo desde la creación del mundo. ¡Gruñendo, ladrando o hablando como una persona, pero él nunca ha estado callado! Todas esas historias de que yo he hablado alguna vez con los humanos, mandado señales o me he aparecido en sueños son las artimañas del Diablo. A ver si queda claro de una vez: ¡yo no puedo hablar con nadie porque soy pura y simple potencialidad! Es decir, para los humanos ¡no soy nada, pero existo necesariamente por la razón expuesta!

—¿Entonces con quién hablo yo ahora?

—Con el Diablo, por supuesto; con su doble personalidad: la suya real y la engañosa en la que trata de imitarme. ¡El Diablo es un extraordinario ventrílocuo!

—¡Ahora sí que la hemos terminado de arreglar! Y tú, Diablo, ¿que dices a eso?

—¡Sí, es verdad! Perdona chico, son cosas que un Diablo no puede evitar, ¡soy ventrículo e imito a Dios a la perfección!

—Entonces tú lo sabes todo; ¡tú eres como Dios y te has estado burlando de mí todo el tiempo!

—¡Calla, no digas disparates! ¡Dios es Dios y el Diablo es el Diablo!, pero no me queda más remedio que hacer de abogado de Dios, ¿quién sino lo podría hacerlo? Ya te lo he dicho en otra ocasión, ¿de qué te asombras ahora?

—¡Acabemos ya esta charla de un puñetera vez! Suelta todo lo que quede y sin engaños ni trucos. Habla como el Diablo que eres y no me vuelvas a liar con tus patrañas.

—¡No deberías confiar en mí en tanto no esté completamente redimido, porque no puedo evitar cometer alguna maldad, pero allá tú.

—¡Sí, allá yo; asumo lo que sea, pero venga, cuenta el resto de esta historia!

—¡Pero si está todo dicho! Dios es de este mundo porque fue el creador del espacio y la duración del universo, pero precisamente por esa razón se ha «naturalizado», hecho naturaleza, para entendernos. Él es parte de la dualidad bien-mal; verdad-falsedad o más propiamente dicho, positividad-negatividad, ¡porque todo es energía! ¡Por tanto debe de existir necesariamente! Pero Dios es, obviamente, de sustancia divina, proviene de la nada inmutable, la que nunca ha hecho un solo movimiento; la que contiene todo el espacio y la duración en potencia de todo lo que ha existido, existe o pueda llegar a existir. ¿Me sigues?

—¡A duras penas!

—Si quieres lo dejamos…

—Sí, tal vez sea lo más adecuado, al menos por unos cuantos días. De alguna manera ya me hecho una idea de ese ser inconcebible e inexistente; es decir, ahora más o menos comprendo el significado de la nada que tanto me obsesionaba. ¡La nada absoluta no es Dios, ni el nuestro ni los otros posibles dioses, sino «lo divino», lo que está pero que no alcanza a tener existencia, ni nombre alguno, porque no se ha movido jamás, pero que está en la nada! Ya veo que no hay conexión posible para el ser humano. Una vez que llegamos a existir no hay puerta para el regreso a la no existencia, por decirlo de alguna manera. La muerte no soluciona el problema… ¡Es una verdadera lástima!

—¡Lamentablemente no la hay! ¡Al menos que yo sepa!

—¡Hasta la vista, Diablo!

—¡Hasta cuando quieras, hombre!

—Por cierto, ya que está aquí aprovecho para preguntarte: ¿qué piensas hacer con la crisis financiera?

—Se arreglará, tranquilo hombre; los seres humanos, como el mismo Diablo, sólo aprendemos de nuestros errores, ¡pero aprendemos!

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